viernes, 5 de agosto de 2005

¿Qué es un cólico nefrítico?


Pues es algo que duele muchísimo. Además, es un hecho que provoca en quienes te rodean una curiosa actitud: todos te dicen lo mismo: ¡Huy, eso es peor que un parto!

Tienen razón.

Yo he tenido dos partos y dos cólicos. En los primeros me dieron de premio un niño y una niña preciosos, dulces, suaves y que me hicieron olvidar todo lo demás. En los segundos me dieron una radiografía, dos recetas y muchos consejos, pero eso no me hizo olvidar el mal rato.

Todo empieza con un dolor de barriga:
¡Vaya! Mira que sé que no tengo que cenar ensalada...
 
La piedra no sé si será de calcio, de magnesio o de oro blanco, pero lo que sí sé es que es una traidora porque espera a que te duermas para empezar el descenso. Te despiertas y piensas: ¡no puede ser! Y te animas: ¡puedes con ello!

¡Ja!

Lo más desesperante es cuando llegas al hospital. Te ponen en una silla de ruedas, porque no te aguantas de pie, aunque lo mismo te hubieran podido poner en cualquier sitio. El celador te coloca en una cola, como la del cine. Yo tenía una señora delante que le dolía un pie. ¡Señora, se lo cambio! Estaba que me desmayaba, no podía más de dolor.

Poco a poco, la cola avanza. ¡Aguanta, que ya llegas! Intentas pensar en algo, aunque el cerebro no funciona muy bien en esos momentos. Te dices que sólo es dolor. ¡Anda leche! Tendré que pensar en algo más convincente. Me quedo sola, a la espera de que la señora del pie acabe con la médico director. Digo médico director, porque esa es la que dirige:
—Este a la 3, esta analgesia, esta a la sala de espera...

Ahí estaba yo, viendo en blanco y negro, aguantándome las ganas de gritar y cambiándolas por silenciosas lágrimas, ¡qué no veas cómo duele el condenado riñón!

Y entonces ocurrió: el celador que me acerca a mi destino, una ambulancia que llega y saca a una pobre anciana en silla de ruedas y el ambulanciero ¡más majo él! (mentalmente le di recuerdos para su santa madre) la coloca delante de mí. Ahí se me cae el mundo, me rindo, no puedo más, empiezo a sollozar. La mujer de la ambulancia, que tiene dolor de espalda, pero el corazón le va de maravilla, dice que puede esperar:
Atiéndala a ella, pobrecita, que le duele muchísimo.

La dulce médico director me dice que me calle, que primero se atienden las ambulancias, que ya estoy allí. ¡Pues que consuelo, oiga! ¿Y a mí qué me importa saber que estoy aquí si nadie me da nada que me calme el dolor?

Bueno, pues vale, te vomito aquí mismo que ya no puedo más. Y ahora, me desmayo. Tú verás qué haces. Espero que el suelo no esté muy frío, creo que eso es contraproducente...