miércoles, 31 de enero de 2007

Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, vio la luz en 1847, pocos meses después de la publicación de Jane Eyre, obra de su hermana Charlotte. Se trata de una novela dura, con personajes de carácter, en algunos casos, extremo y cruel. Emily creó a sus protagonistas directos y sin ambages y eso no gustó ni al público ni a la crítica de la época que los calificó de brutales e inhumanos.

Emily Brontë se retrata a sí misma como un ser de múltiples facetas y crea dos personajes, Heathcliff y Catherine, que componen la propia esencia de la escritora. Cuando Catherine afirma "Heathcliff soy yo" es la propia Emily la que grita.

¿Es Cumbres borrascosas una historia de amor? Esa es, quizá, la emoción que se halla más ausente durante la narración, a pesar de ser la constante en la historia. Durante el desarrollo de la novela el corazón se va cubriendo de una capa de escarcha que apenas se disipa por las esquinas.

¿Amaba Heathcliff a Catherine?: "Aunque él la amase con toda la fuerza de su mezquino ser, no la amaría tanto en ochenta años como yo en un día."
¿Era Catherine un ser capaz de sentir amor? "... nunca sabrá cuánto le amo, y eso no es porque sea guapo, Nelly, sino porque es más que yo misma. De lo que sea que nuestras almas estén hechas, la suya y la mía son lo mismo...".
El uno sin el otro no tiene razón de existir, pero juntos son incapaces de desarrollarse. Se aman y se odian por igual, se buscan y se rechazan, no pueden mantenerse indiferentes ante el dolor del otro, dolor que ellos mismos provocan: "No me importa que sufras, no me preocupan tus sufrimientos, ¿por qué no habrías de sufrir? Yo sufro."

La novela se inicia con la llegada del señor Lockwood, nuevo inquilino de la Granja de los Tordos. De la mano de este imprudente personaje nos adentraremos en la hostil atmósfera de Cumbres borrascosas y sus habitantes. De boca de Nelly Dean, una especie de ama de llaves, escucharemos la historia de Heathcliff, Catherine y su hermano Hindley, que se inicia con la llegada del señor Earnshaw, padre de Catherine y Hindley, con un huérfano gitano de la mano: "Nos agrupamos a su alrededor y, por encima de la cabeza de la niña, pude atisbar un niño sucio, andrajoso y de pelo negro, lo suficientemente crecido como para saber andar y hablar." "(...) le habían bautizado con el nombre de Heathcliff, que era el de un hijo que murió de niño, y le ha servido desde entonces de nombre de pila y apellido."

Heathcliff es un resentido, un ser capaz de soportar todo tipo de agresiones y guardarse su odio en un pozo oculto que alimenta durante años sabiendo que le hará fuerte: "Estoy pensando en cómo me las voy a arreglar para que Hindley me las pague. No me importa el tiempo que tenga que esperar si al fin lo consigo. Confío en que no se muera antes que yo". El niño huérfano que llega a una casa cuyos habitantes, en su mayoría, le serán hostiles, conoce también el cariño y la comprensión de su impuesta "hermana", Cathy, que se siente irremisiblemente atraída por él; pero ese amor lejos de hacerle bien será el arma que utilizará el destino para destruir su alma: "¡Oh, Dios, esto es impronunciable! ¡No puedo vivir sin mi vida, no puedo vivir sin mi alma! –golpeó su cabeza contra el nudoso tronco y, levantando los ojos, bramó, no como un hombre, sino como una fiera salvaje acosada a muerte con cuchillos y dardos".

Cathy y Heathcliff son dos caras de una misma moneda, todo lo que el otro no puede mostrar pero siente en su interior. Pero Catherine también es voluble y vanidosa y siente una irresistible atracción por la familia Linton, sus fiestas, sus vestidos, sus lujos, son cosas a las que no está dispuesta a renunciar. Cree, en un delirio de niña mimada, que puede conservar a Heathcliff como si de un perrito faldero se tratase, y conseguir entrar en la familia Linton de la mano de Edgar, su primogénito: "Mi amor por Linton es como el follaje de los bosques: el tiempo lo cambiará, yo ya sé que el invierno muda los árboles. Mi amor por Heathcliff se parece a las eternas rocas profundas, es fuente de escaso placer visible, pero necesario. Nelly, yo soy Heathcliff, él está siempre, siempre en mi mente; no como un placer, como yo no soy un placer para mí misma, sino como mi propio ser."

Heathcliff se aleja de los protagonistas masculinos al uso. Es un ser orgulloso sin que ese orgullo tenga origen en ningún hecho remarcable, no es un héroe salvador, no es un caballero bondadoso, no es un ser maltratado que busca redimirse. Heathcliff es un perfecto villano, un ser sin escrúpulos, no hay ni un ápice de compasión en sus actos, no da un paso atrás en su actitud en ningún momento de la historia. Te agarra las entrañas y las retuerce sin dudarlo un instante, te mantiene en una constante congoja por todo aquél que le rodea. Hasta de las piedras que pisa, oyes el gemido. Su sed de venganza, su amor no culminado le llevará a una lucha contra todo y contra todos, especialmente hacia aquellos que podrían haberle dado algo de amor. La permanente tortura que le supone estar vivo, la presencia constante e intangible del ser que ama, le condena a un suplicio insuperable.

La atmósfera de Cumbres borrascosas atraviesa el papel, sientes en la cara la brisa fresca de los páramos y escuchas el sonido del viento que furioso trae mensajes de muerte y desolación. La naturaleza humana en su faceta más descarnada se muestra en unos seres que van siendo martirizados emocional y físicamente por el destino que ellos mismos se buscan, en algunos casos, y que les viene dado sin consultarles, en otros. Así la saga de los personajes principales se abre como un paraguas dejando en manos de su verdugo a la descendencia de todas las comparsas de la obra. Heathcliff, en su delirio, ingeniará un plan para cobrarse la deuda, de la que cree ser acreedor, en la figura de Catherine, hija de su amada, y Linton, su propio hijo, sin tener en cuenta a Hareton, descendiente de su odiado Hindley, en el que, curiosamente, no puede dejar de ver el rostro de aquella a quien ama y que será el eslabón por donde se rompa la cadena.

El lector se verá golpeado metafóricamente y obligado a entender el mundo desde la perspectiva de una sociedad oscura, supersticiosa, cruel, inculta y rígida. Algo semejante a lo que en nuestro país se ha dado en llamar "la España profunda". La naturaleza se convierte en un personaje más de la obra, tiene sentimientos y padece, aquí encontramos uno de los muchos puntos que convierten a esta obra en un paradigma del romanticismo. Otros serían, la no separación entre lo real e irreal, razón y sentimiento, amor y muerte (os remito a: El romanticismo).

Los protagonistas cuentan con una gran fuerza psicológica, les ves en origen y en su evolución, te sorprenden. Cuando empiezas la novela no hay ningún dato que te ayude a entender el porqué de su final, ya que es la lenta narración, la vida diaria de sus personajes la que oculta el mensaje que Emily Brontë intentó trasmitir.

Heathcliff, apasionado, irracional, cruel, fiel hasta la muerte, será víctima y verdugo, un ser atormentado y dañino, que está presente desde el principio hasta el final de la historia, tronco en el que la escritora inglesa sostendrá su casa. La desgracia y el drama surgen de un amor y será otro amor el que consiga romper el sino.

"¿Te das cuenta de que estas palabras quedarán marcadas con hierro candente en mi memoria, y que me van a corroer eternamente, cada vez más hondo, cuando tú me hayas dejado? Tú sabes que mientes cuando dices que te he causado la muerte, y, sabes, Catherine, que antes olvidaría mi propia existencia que a ti. ¿No basta para tu diabólico egoísmo que mientras tú descansas en paz, yo me retuerza en las penas del infierno?".

miércoles, 24 de enero de 2007

Jane Eyre, de Charlotte Brontë


Charlotte Brontë publicó su primera novela, Jane Eyre, en 1847. Esta novela trajo consigo un estremecimiento general de la crítica de la época, por supuesto, masculina y, al mismo tiempo, un gran éxito comercial.

¿Por qué esta contradicción?

En primer lugar, Charlotte Brontë, era mujer y escritora, algo nada aceptable en el siglo XIX y que colocó a los críticos en posición defensiva. Una escritora que se sumergió en el mundo de la literatura con un personaje poco ortodoxo: una joven independiente, que no considera el matrimonio como su único proyecto de futuro, con personalidad, anhelos y deseos reservados exclusivamente a los hombres. Un cierto mensaje feminista oculto entre las líneas de una historia aparentemente repetida, en un momento en que la mujer empezaba a preguntarse los muchos porqués con que "otros" manejaban sus vidas.
Jane piensa: "Se supone, generalmente, que las mujeres son más tranquilas; pero la realidad es que las mujeres sienten igual que los hombres, que necesitan ejercitar sus facultades y un espacio en el que poder desarrollarse y esforzarse como sus hermanos masculinos. Sufren al verse tan rígidamente reprimidas, condenadas a la inactividad, exactamente de la misma forma que sufrirían los hombres si se viesen sometidos a esa situación. Y ellos, nuestro privilegiado prójimo, demuestran una gran estrechez de miras al pensar que las mujeres deben vivir reducidas a preparar budines, hacer calceta, tocar el piano y bordar". Puedo imaginarme lo incómodos que se sintieron en sus sillas algunos de aquellos críticos literarios.

Jane Eyre es una ventana a través de la cual su autora, Charlotte Brontë, nos enseña sin tapujos su visión del mundo. La autora habla por boca de sus personajes haciéndonos saber quién es ella y lo que piensa.

Jane actúa a la vez como protagonista y narradora y se dirige a nosotros en numerosas ocasiones: "No creas, lector, que mi aspecto tranquilo refleja la serenidad de mi ánimo. (...)Mientras él está ocupado examinando mis trabajos, explicaré al lector su contenido, no sin antes advertirle que no son ninguna maravilla". Esto hace que tengamos la impresión de estar leyendo una autobiografía y, aunque no es así, es evidente que las vivencias de la escritora aparecen reflejadas en las de sus personajes. Charlotte Brontë, tenía material de primera mano para narrarnos las vicisitudes de su protagonista, una institutriz huérfana, que pasa su infancia y adolescencia en un internado de beneficencia.

Jane, a pesar de ser una mujer conformista en apariencia, destila rebeldía incluso cuando calla. Opina sobre la arbitraria diferencia entre clases, marcando la relación entre cantidad de recursos y supervivencia y hace especial hincapié en el papel de la mujer en un mundo eminentemente masculino. En sus relaciones no olvida nunca, y no deja que los demás olviden, que no es un ser inferior: "Pues bien, señor; yo creo que usted no tiene derecho a mandarme sólo porque sea más viejo que yo o porque haya visto más mundo. Esa superioridad que usted se atribuye dependerá del uso que haya hecho de su tiempo y de su experiencia". Y que merece respeto: "Estoy segura, señor, de que nunca confundiré lo informal con la insolencia. Lo primero me parece bien; a lo segundo, ningún ser humano nacido libre debe someterse, ni siquiera por un sueldo".

Jane se debate constantemente entre su deseo de resignarse y la imposibilidad de hacerlo. Obligarse a aceptar unas normas de conducta que le resultan del todo intolerables e injustas, será motivo de sufrimiento durante gran parte de su vida.

Entremos de puntillas en la trama, no quiero estropearos la lectura. Tras la muerte de sus padres, Jane es enviada a vivir con la viuda de su tío, la señora Reed. Lejos de ser una criatura dulce, hermosa y lisonjera, como cabría esperar de una novela romántica y escrita, además, por una mujer, nos encontramos ante un espíritu rebelde que no se doblega ante la injusticia por muy débil que se sienta frente a ella: "¡Qué confusión en mi cerebro y qué violenta rebeldía en mi corazón! ¡En qué impenetrable oscuridad e ignorancia se debatían mis pensamientos!". Pero es al llegar a Lowood, el internado de beneficencia dirigido por el señor Brocklehurst, dónde la personalidad de la pequeña Jane empezará a dibujarse nítidamente. Tras ver cómo su única amiga, Helen Burns, es golpeada injustamente y escuchar la resignación con que la niña asume ser merecedora del castigo, Jane se rebela: "Pues en tu lugar yo no la perdonaría a ella, me defendería; si me pegara a mí con aquella vara, se la arrancaría de la mano y se la rompería en las narices". Y más adelante mostrará cual es su propósito ante la injusticia: "Si todos obedeciéramos y fuéramos amables con los que son crueles e injustos, ellos no nos temerían nunca y serían más malos cada vez. Cuando nos pegan sin razón debemos devolver el golpe, estoy segura, y bien fuerte, para dejar bien claro a los que lo hacen que no deben repetirlo".

Durante toda la novela Charlotte nos envía mensajes subliminales avisándonos del peligro, mensajes que no captamos con nitidez hasta una segunda lectura. Parece temer que la acusemos de tramposa y nos advierte de manera disimulada que debemos estar alerta. Algunas de las metáforas que utiliza son sublimes: "Las dos mitades no estaban separadas por completo, pues su firme base y sus fuertes raíces las mantenían unidas en la parte inferior; pero la vitalidad del conjunto estaba destruida, la savia ya no fluiría en su interior, las grandes ramas a ambos lados habían muerto, y seguramente las tormentas del siguiente invierno las abatirían. Sin embargo, todavía se podía decir que aquello era un árbol: una ruina, pero una ruina entera."

Jane analiza con extraordinaria lucidez el complejo mundo de los sentimientos propios y ajenos y hace añicos la imagen que se nos ha trasmitido en muchas ocasiones sobre la mujer victoriana, un ser asexuado, sin deseos ni anhelos, un ser etéreo que se mantenía de pura artificialidad.

Sosegada y de firmes convicciones, noble y estricta en su trabajo, no puede ocultar el río de lava que corre bajo la superficie. Una mujer dispuesta a caminar hacia el futuro bajo la tormenta, a pesar de los gruesos ropajes que arrastra como un lastre, convencida de que puede hacerlo sola, segura de que sólo siendo fiel a sí misma podrá soportarse.

"Escucha, Jane Eyre, tu sentencia: colócate mañana ante un espejo y, tan fielmente como puedas, haz tu autorretrato al carbón, sin paliar un defecto, sin suavizar ninguna fealdad, sin omitir ninguna irregularidad y escribe al pie: "Retrato de una institutriz pobre, vulgar y huérfana".

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¿Es Jane Eyre una novela romántica? Os remito a esta web:
El Romanticismo, Universitat Jaume I
Y cito:
"El romanticismo es una revolución artística, política, social e ideológica tan importante que todavía hoy viven muchos de sus principios: libertad, individualismo, democracia, nacionalismo, etc.
(...)La nueva novela se convierte en un medio de describir sensaciones y pasiones. (...)El protagonista frecuentemente es el doble del autor, el cual penetra en su interior y describe sus sentimientos, al igual que recrea lo maravilloso, lo exótico o la aventura. Werther, de Goethe, fue para los románticos el modelo bajo la forma una novela-diario que penetra en la interioridad del personaje, comunica sus sentimientos, y los hace universales.
(...)Esta libertad ha presidido el proceso libertador del mundo actual hasta hoy mismo: liberación del individuo frente a la sociedad, de la mujer frente al hombre, de la región frente a la nación, de la colonia frente a la metrópoli y del obrero frente al burgués.
Pero toda esta liberación tiene un precio, que suele ser un hondo sentimiento de soledad y vacío. Romper con un orden, con una seguridad, con una obediencia lleva consigo ese doloroso desgarramiento en que el individuo se encuentra de pronto consigo mismo, sin nadie más. Aquí radica sin duda el pesimismo, la angustia, la melancolía, el "mal del siglo" con su insatisfacción imposible de colmar, que tan admirablemente expresaron los románticos y tras ellos sigue expresando la cultura occidental moderna."

lunes, 15 de enero de 2007

Charlotte Brontë y sus hermanas

Brocklehurst: ¿Sabes a dónde van los que se portan mal cuando se mueren?
Jane: Al infierno
Brocklehurst: ¿Y sabes lo que es el infierno?
Jane: Un abismo lleno de fuego
Brocklehurst: ¿Y te gustaría caer en ese abismo y abrasarte para siempre?
Jane: No, señor
Brocklehurst: ¿Qué debes hacer entonces para evitarlo?
Jane: Procurar no estar enferma para no morirme."


Inicio este post con un fragmento de la novela más emblemática de Charlotte Brontë: Jane Eyre, 1847.

Nacida el 21 de abril de 1816 en Yorkshire (Gran Bretaña), era hija de un clérigo irlandés y tuvo cinco hermanos: Maria, Elizabeth, Branwell (1817), Emily (1818) y Anne (1820). En 1820 la familia Brontë se traslada a Haworth, un pueblo de los páramos de Yorkshire, dónde la madre moriría un año después. En 1824 el padre decidió enviar a sus cuatro hijas mayores al colegio interno para hijas de clérigos, en Cowan Bridge (Lancashire), un lugar que serviría a la escritora como inspiración para el siniestro colegio Lowood, en su novela más famosa, Jane Eyre. El poco cuidado que recibían las alumnas, la dura disciplina y las malas condiciones las llevaron a enfermar de tuberculosis. Regresaron a casa donde las dos hermanas mayores, María y Elizabeth, murieron.

A partir de la muerte de sus hermanas, Charlotte se convirtió en la mayor y quizá por ello, la más responsable. En un mundo lúgubre y triste, la fantasía de los cuatro hermanos les llevó a crear dos reinos imaginarios: Angria, propiedad de Charlotte y Branwell y Gondal, de Emily y Anne. Con soldaditos de madera inventaron personajes a los que hacían vivir en esos reinos y que les sirvieron para escribir numerosos relatos. Aún hoy se conservan unos cien cuadernos sobre el reino de Angria. De Gondal, sólo perduran algunos poemas de Emily. El pastor Patrick Brontë, veía con buenos ojos la afición de sus hijas a inventar historias y escribirlas. Seguramente creyendo que era un mero entretenimiento ya que en esa época las mujeres tenían el mundo de la literatura completamente vedado. La única implicación intelectual que se le permitía a la mujer del siglo XIX era la enseñanza. Las hermanas Brontë sabían que estaban destinadas a ser institutrices o esposas y para ello se prepararon acudiendo a diferentes escuelas y academias. Branwell, como hombre, era el único al que su padre alentaba en su vocación artística, deseando que se convirtiese en un gran pintor.

La primera bofetada literaria que recibiría Charlotte le vino dada por el afamado poeta Robert Southey. Se le ocurrió enviarle algunos de sus versos y él respondió con una carta en la que le decía: "la literatura no es asunto de mujeres y no debería serlo nunca". Esto enseñó una lección a la futura novelista que le serviría para afrontar su ingreso en un mundo de hombres.

Charlotte y Emily intentaron abrir una escuela privada y al no conseguirlo decidieron marchar a Bruselas, al Pensionat Heger, para ampliar sus conocimientos de francés y alemán. Allí, la mayor de las hermanas se enamoró del director del pensionado, Constantin Heger. Por primera vez alguien ajeno a su entorno familiar se interesaba por sus escritos e sus inquietudes intelectuales. Eso despertó en Charlotte sentimientos ocultos que al hacerse evidentes distanciaron al profesor, un hombre casado que no albergaba más intención que la puramente académica. De este episodio nacería la primera novela de la escritora "The Professor", que saldría a la luz de manera póstuma a pesar de los muchos intentos que ella hizo por verla publicada.

Charlotte descubrió de manera accidental que sus hermanas escribían poemas en secreto, igual que ella misma y les propuso unirlos en un solo volumen y enviarlo a un editor de Londres bajo seudónimo. Y así, en 1846, nacieron los hermanos Currer, Ellis y Acton Bell, que compartían con sus auténticas personalidades la inicial de sus nombres, Charlotte, Emily y Anne. De ese libro se vendieron dos ejemplares a pesar de las críticas favorables.

Anne entró a trabajar como institutriz de Bessy y Mary, en casa del reverendo Edmund Robinson y se llevó a su hermano como profesor del pequeño Edmund. Branwell Brontë se enamoró de la madre de su alumno, Lydia Robinson, con la que vivió una pasión que duraría dos años y que terminaría de modo repentino por voluntad de la mujer. Esto sumió en una profunda depresión al joven que marcado por una personalidad débil, mimado por todos e inclinado a los abusos de alcohol y opio, ocasionó un nuevo drama familiar. Emily, era la que estaba más unida a él, solía ir a rescatarlo al bar del pueblo y lo traía de vuelta a casa noche tras noche, ebrio y amargado. Él, mientras tanto, se convertía en un ser violento, egoísta y manipulador, utilizando un supuesto sufrimiento frente al amor de su hermana, que acabaría por impregnarse de su tristeza.

En 1847 aparece publicada la primera novela de las Brontë, Jane Eyre, con una dedicatoria a William Makepeace Thackeray a quien Charlotte admiraba profundamente. Contaba entonces 31 años y fue publicada bajo el seudónimo de su alter ego Currer Bell. Obtuvo un éxito inmediato a pesar de la turbación que provocó en amplios sectores el lenguaje directo de la autora, la libertad con que expone los anhelos y pasiones de su personaje y su alusión directa sobre lo injusto de la diferencia intelectual que se imponía, entre hombres y mujeres. La obra fue considerada por algunos como inmoral. Ese mismo año, Anne, con 27 años, publicaría Agnes Grey, basada en sus propias experiencias como institutriz. Y, unos meses después, sería Emily, con 29 años, la que publicaría Cumbres borrascosas, despreciada por la crítica durante años y hoy considerada un clásico de la literatura inglesa.
(Tanto Cumbres borrascosas como Jane Eyre, contarán con una próxima entrada).

Basándose en las terribles experiencias de su hermano con el alcohol y las drogas, Anne escribió su segunda novela El inquilino de Wildfell Hall, que narra las dificultades de aquellos que padecen ese problema y de los que conviven con ellos. Esta vez las dos hermanas Charlotte y Anne, se desplazaron a Londres y se presentaron ante su editor que se llevó la sorpresa de su vida al descubrir que Currer, Ellis y Acton Bell, eran tres mujeres. Al regresar a Haworth encontraron a Branwell agonizando y, finalmente, moriría en septiembre de 1848. Esta muerte supuso un durísimo golpe para Emily que estaba muy unida a él. La joven escritora, emulando a su apasionada y consentida Cati (Cumbres borrascosas), tras enfermar a causa del frío se negó a comer y a tomar las medicinas que le recetaba el doctor, lo que la llevó a la muerte el 19 de diciembre de 1848, tres meses después del fallecimiento de su hermano. A esta muerte siguió la de la pequeña Anne que pudo disfrutar muy poco del éxito de ventas de su nueva novela. Murió el 28 de mayo de 1849, cinco meses después de Emily, también de tuberculosis.

Es fácil imaginarse lo que estos hechos debieron suponer para Charlotte y lo sola que debió sentirse al perder a sus hermanas en tan poco tiempo. Como única compañía, su padre, cómo único anhelo, escribir. Shirley, fue su siguiente novela, en la que trata el tema de la revolución industrial en Yorkshire, reflejando la lucha entre patronos y obreros. Después vendría Villete, que nació de sus recuerdos como alumna y profesora en el internado de Bruselas.

A partir de ese momento hizo una serie de viajes a Londres, Manchester y Escocia. Conoció personalmente a su admirado William Makepeace Thackeray, a quién dedicara su primera novela, visitó la Gran Exhibición de 1851 en Londres, al igual que Dickens y se hizo amiga de la escritora Elizabeth Gaskell que, dos años después de su muerte, escribiría su primera biografía.
El 29 de junio de 1854 se casó con el reverendo Arthur Bell Nichols, viejo amigo de la familia. De luna de miel, viajaron a Irlanda y visitaron Gawthorpe Hall, donde Charlotte enfermó. Murió de tuberculosis el 31 de marzo de 1855, estando embarazada.

Arthur Bell Nichols escribió un prólogo para la primera edición de The Professor, que consiguió que se publicase dos años después de la muerte de su esposa. El reverendo Patrick Brontë, que sobrevivió a todos sus hijos, solicitó a la amiga de Charlotte, Elizabeth Gaskell, que escribiese la biografía de su hija.

Todos los personajes de Charlotte parecen sacados de un mismo patrón y sospecho que es el suyo propio. Mujeres solas ante un mundo hostil, de apariencia conformista y resignada que, sin embargo, se revelan de un modo involuntario, en lo cotidiano. Mujeres que saben lo que no son, que comprenden lo que les rodea y no pueden aceptar el ostracismo al que se las quiere relegar.

"Su mirada es la de un pájaro enjaulado; y en esa jaula está cautivo un ser vivaz, inquieto, resuelto. Si estuviera libre, se encumbraría por encima de las nubes."

Jane Eyre, Charlotte Brontë.

sábado, 13 de enero de 2007

Cuando los elefantes luchan, quien sufre es la hierba (Provervio africano)

Preguntas convincentes

-He observado -dijo el señor K- que mucha gente se aleja, intimidada, de nuestra doctrina por la sencilla razón de que tenemos respuesta para todo. ¿No sería conveniente que, en interés de la propaganda, elaborásemos una lista de los problemas para los que aún no hemos encontrado solución?

Historias de Almanaque, Bertolt Brecht