sábado, 23 de junio de 2007

Fiesta


Gloria a Dios en las alturas,
recogieron las basuras
de mi calle ayer a oscuras
y hoy sembrada de bombillas
Y colgaron de un cordel
de esquina a esquina un cartel
y banderas de papel
verdes rojas y amarillas

Y al darles el sol la espalda
revolotean las faldas
bajo un manto de guirnaldas
para que el cielo no vea
en la noche de San Juan
cómo comparten su pan
su tortilla y su gabán
gentes de cien miel raleas.

Apurad,
que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir:
vamos subiendo la cuesta,
que arriba mi calle
se vistió de fiesta

Hoy el noble y el villano
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha
juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
abrazando a una muchacha

Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal
la pobre vuelve al portal
la rica vuelve al rosal
y el avaro a las divisas.

Se acabó:
el sol nos dice que llegó el final
por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.

Vamos bajando la cuesta,
que arriba en mi calle
se acabó la fiesta.
(Joan Manuel Serrat)

¡Bona nit de Sant Joan a tothom!

Cuidado con la hoguera, la coca

y los petardos...

sobre todo los que no explotan.

domingo, 10 de junio de 2007

Nessun dorma - Que nadie duerma

La princesa Turandot no quiere casarse, pero sabe que no podrá retrasar ese hecho mucho tiempo, así que ingenia un plan en el que se cree segura. Decreta, por ley, que sólo aceptará al Príncipe Real que sea capaz de resolver sus tres adivinanzas.

Para disuadir a sus posibles pretendientes pone como condición que todo aquél que lo intente y fracase, morirá. Con ello el reinado de la princesa se ve alimentado por un río de sangre ya que su belleza conquista a todo aquél que la mira.

El príncipe desconocido, cae también en esa trampa y tocando tres veces el gong repite el nombre de Turandot comprometiéndose a vencer o morir.

La princesa le somete al reto y le propone las tres adivinanzas ante las que el príncipe dispone las respuestas correctas. El juramento obliga a Turandot a aceptar su derrota pero ella no quiere y le contesta con desprecio si será capaz de obligarla. El principe no la quiere por la fuerza así que le da la oportunidad de desprenderse de su compromiso: si descubre su nombre antes de que llegue el día, él morirá.

El príncipe está en el jardín y a lo lejos se oye a los heraldos proclamar una nueva orden de Turandot: "Nessun dorma" (Que nadie duerma) hasta que el nombre del príncipe haya sido descubierto, bajo pena de muerte.

El príncipe recoge esas palabras y canta:



Este es un fragmento de la Opera de Giacomo Puccini (1858 – 1924), "Turandot", en la voz de Pavarotti. No soy muy entendida en ópera, la verdad, conozco está y un par más, pero he de confesar que el aria "Nessun dorma" es capaz de entrarme hasta las entrañas, no puedo escucharla sin derramar alguna lágrima. Hay algunas piezas de música con las que me ocurre esto, no sé si será la vibración de los instrumentos, la voz del cantante, lo que yo imagino en mi cabeza o, simplemente, una reacción química en mis neuronas, pero algunas piezas musicales me tocan la fibra. Entre ellas, esta aria de Puccini.

No os cuento como termina la historia, os animo a descubrirlo por vosotros mismos con el libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni.

Giacomo Puccini, en un gesto artístico de primera magnitud, murió dejándola inacabada y Franco Alfano, valiéndose de los esbozos que dejó el maestro, fue el encargado de terminarla con su música.

sábado, 2 de junio de 2007

Último día de mayo


Llegaba del trabajo, iba deprisa porque no quería volver a llegar tarde. Al acercarme al portal me fijé en el camión aparcado en la puerta. Miré al lugar que ocupaba el conductor y vi a un hombre escribiendo, seguramente algún albarán de entrega. No pude evitar acelerar más el paso, no puedo asegurarlo, pero sería muy posible que aquello se considerase correr.

Cuando abrí con la llave le pregunté a Guillermo ¿ya lo han traído? No, me dijo, aún no.

El timbre suena, el corazón se acelera.

Media hora después, sentada en el sillón, lágrimas de alegría y como si de una película se tratase, imágenes encadenadas de su historia, su larga, lenta y agitada historia.

Ya tengo mi libro entre las manos.