martes, 28 de agosto de 2007

Anoche soñé que había vuelto a Manderley...

REBECCA (1940)

"Anoche soñé que había vuelto a Manderley. Me encontraba ante la verja del parque, pero durante algunos momentos no pude entrar. La puerta estaba cerrada con candado y cadena. Llamé en sueños al guarda, pero nadie me contestó, y cuando miré detenidamente a través de los barrotes mohosos de la verja, vi que la caseta estaba abandonada. "

La película que realizó Hitchcock en 1940 basándose en la novela de Daphne du Maurier, sigue subyugándome. La atmósfera creada por el director se me enrosca alrededor del cuerpo y me aísla por completo de cualquier cosa que suceda a mi alrededor. Estoy segura que al elegir esta novela para iniciar su etapa americana, el director, no lo hizo al azar, que en su cabeza estaban todas y cada una de las escenas que después dibujó a carboncillo antes de insuflarles el aliento de vida que daba a todas sus películas.

La voz en off, reptando por el sinuoso camino que “la naturaleza había reconquistado”, nos llevará hasta un claro en el que aparecerá majestuosa y lúgubre la devastada Manderley. Un lugar al que la protagonista, la narradora de la historia, se acerca en sueños con añoranza, a pesar de que allí vivió los momentos más dramáticos de su vida.

La trama sería algo así:

Máxim de Winter (Laurence Olivier), conoce a su futura esposa (Joan Fontaine), en la Riviera francesa, siendo ella una tímida e ingenua ama de compañía de la señora Van Hopper (Florence Bates). La dama de compañía se enamora instantáneamente de él, en cambio el señor de Winter parece analizarla como si de un objeto extraño se tratase, como algo de lo que has oído hablar pero jamás has tenido a tu alcance.

“Si pudiera inventarse algo –dije impulsivamente- para embotellar los recuerdos, como los perfumes… para que no se disipasen, para que nunca pudieran ponerse rancios. Cuando quisiéramos, podríamos destapar el frasco y sería como vivir de nuevo el momento guardado.”

Por qué el caballero se casa con la doncella es del todo secundario en la trama, no hay romanticismo por su parte, no hay apasionamiento, sus besos son castos, más parecidos a los de un padre que a los de un hombre enamorado. Ella le adora, le idolatra, no le importa ser mangoneada y dirigida, no le preocupa que la mire como si de un espécimen raro se tratase. Él es el fuerte, ella es la débil.

“-Bueno, entonces, estamos de acuerdo, ¿no? –dijo, mientras continuaba con las tostadas y la mermelada-. Dejas de ser la compañera de la señora Van Hopper y comienzas a ser la mía. Tus obligaciones serán casi las mismas.”

El romántico y previsible escenario se va quedando atrás mientras el coche de los esposos avanza hacia Cornualles. Máxim de Winter lleva a su nueva esposa a Manderley, un edificio medieval cargado de historia y de oscuros secretos.

"Manderley. Gracioso, bellísimo, exquisito, sin mácula, aún más hermoso de lo que yo soñé, edificado sobre una hondonada, rodeado de suaves praderas y bancales de césped, con las terrazas que se fundían en los jardines, y los jardines en el mar. "

En el hall les espera el servicio en perfecta formación, vigilado de cerca por la señora Danvers (Judith Anderson), el ama de llaves, una mujer fría y distante, con la mirada pétrea de alguien que oculta un corazón en llamas. La joven esposa, la nueva señora de Winter, entra en aquella casa con el poco favorecedor aspecto de alguien que ha permanecido bajo la lluvia y la inseguridad persistente de una persona tímida y acomplejada. La señora Danvers, tiene ante sí argumentos suficientes para despreciarla. Viene a substituirla a ella, a su amada Rebecca.

Rebecca, incorpórea y constantemente aludida, la R en las mantelerías, en los sobres y en el papel de carta. Su habitación, la más hermosa de la casa, dispuesta y en perfecto estado para cuando regrese. La imaginamos, la sentimos, casi podemos verla deslizándose por el ala Este. No puede regresar, ella lo sabe, pero su presencia es tan abrumadora que la anula por completo. Su inseguridad es como un muro alto y ella no es capaz de escalarlo. La nueva esposa de Max de Winter, la sin nombre, comienza su nueva vida llevando el peso de la ausente. ¿Cómo puede vencerse a los muertos?

"-¿La señora de Winter?
-Se ha debido equivocar –respondí-. La señora de Winter hace ya más de un año que murió.
"

Casi ha olvidado quién es ella.


De repente la trama se diluye, nos damos cuenta de que hemos sido manipulados, engañados por las apariencias. El señor de Winter esconde un secreto, algo que le abruma y le persigue por las noches. Ese secreto es su debilidad y conocerlo será lo que hará fuerte a su esposa. Nada era lo que parecía ser.




Daphne du Maurier, nació el 13 de mayo de 1907, en Londres. Estaba muy influenciada por la literatura de las Brontë. No es difícil encontrar similitudes entre Jane Eyre, de Charlotte Brontë y Rebecca: drama psicológico, romanticismo gótico, personajes aparentemente débiles cuya fortaleza se mantiene oculta hasta un hecho desencadenante. Y no olvidemos el fuego purificador.

Rebecca (1938) fue su quinta novela de un total de 15. Muchos han querido saber el motivo por el que no puso nombre al personaje principal, la segunda esposa de Max de Winter. La respuesta de la escritora fue que no se le ocurría ninguno, así que se embarcó en el desafío de conseguir escribir la historia completa sin que se mencionase el nombre de su protagonista. Daphne du Maurier consiguió con ello que el personaje ausente, Rebecca, se halle siempre omnipresente frente a la “innombrada” protagonista.




sábado, 25 de agosto de 2007

Qué cosas me preguntas

-¿Qué haces cuando estás triste? -le dijo una amiga.

-¿Te refieres a cuando veo las hojas de los árboles pero no su tronco?
- ¿Cuando oigo la lluvia que golpea los cristales y mi cerebro canta en silencio a Serrat?

"Llueve, detrás de los cristales, llueve y llueve, sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados, sobre los campos, llueve."

-¿Cuando necesito las caricias más que aire y si me acarician todo el cuerpo se estremece?
-¿Cuando una mirada es un río de agua?

-No -respondió la amiga-, me refiero a cuando estás triste.

No dejó de sonreir mientras respondía.

-Disfruto del momento.



viernes, 10 de agosto de 2007

De vacances

Me tomo dos semanitas de vacaciones, como el café que me acompaña mientras escribo. Me las tomo lentamente, saboreando cada minuto, perdiendo el tiempo...

Dejo uno de mis relatos, por si apetece leer un rato y no hay ganas de bucear en el pasado...

Helado de fresa amarga

"Cuando recibas esta carta ya me habré ido. Tengo las maletas en la puerta y un taxi esperando. Hace semanas que lo había decidido aunque no te negaré que esperaba un milagro. ¡Qué palabra tan vacía!

Habré pasado por tu vida como un sueño efímero y, quizá, puedas llevarme en tu recuerdo a ese lugar que dices que iremos todos.

En mi infancia creía que los ángeles existían y solía ver uno de vez en cuando a los pies de mi cama. Mi madre me decía que eran sueños, que los ángeles, si existían, no podían verse.

Todavía recuerdo el olor que desprendían tus manos aquel día. Olor a incienso.
Entré a refugiarme, afuera llovía. La soledad me embargaba y el silencio actuó como un bálsamo en mis heridas. Te sentaste y hablamos. Como dos amigos que hace tiempo que no se han visto y tienen mucho que contarse. Fui quitándome una tras otra, las espadas que llevaba clavadas y tú las recogías para lanzarlas lejos.
Me hablaste de tu niñez. De los campos repletos de olivos en donde solías refugiarte en los momentos de angustia. ¡Cuánto hubiese deseado conocerte entonces!
Me acompañaste a casa. La lluvia era persistente y encontraba la manera de colarse en nuestra ropa. Te invité a que subieras y te calentaras, sin ninguna intención. Entonces aún no sabía que te habías colado dentro, muy dentro, allí donde solo entran las palabras que no se dicen.
Estabas temblando.

Mi madre decía que la vida era un enorme y cremoso helado de fresa con trocitos de chocolate, pero que había gente que se empeñaba en coger el helado con los pies. Que querían comerlo haciendo el pino. O que, simplemente, deseaban que la fresa fuese amarga, en vez de dulce.
Ella diría que tú estabas empeñado en que el helado de fresa no fuese de fresa ni estuviese frío. Pero yo sé que no es cierto.

Cuando pienses en mí, no me recuerdes sólo por aquellas tardes junto al fuego, quemándonos por dentro. No olvides los momentos dulces en que me cogías las manos y me explicabas todo lo que te estallaba en el corazón. Tus proyectos, tus ilusiones. Entonces era cuando más te quería.

Hace dos semanas te escuché llorar. Creías que estabas solo, porque te sentías solo. Pero yo estaba allí. Tras la puerta.
Ese día supe que debía marcharme.
Permíteme solo un poco de autocompasión. Déjame llorar también detrás de la puerta. Saber que tus brazos no van a sostenerme más, ni tus labios susurrarán mi nombre, se me hace una verdad insoportable. Añoraré cada parte de tu cuerpo y suspiraré recordando tu voz.

Les perteneces a ellos, a ellos que nada saben de ti, de lo que deseas, de lo que temes. A ellos que volverán a sus vidas cada día, mientras tú te quedas solo, en esa soledad que escogiste y yo vine a destruir. Ya no tendrás que avergonzarte cuando me veas pasar y estés rodeado, no hará falta que gires la cara, mires al suelo y sujetes el temblor de tus manos. Esas manos que me han acariciado.

Hoy, cuando vengas a verme, con la cara pálida y los ojos brillantes, no me hallarás. Me habré ido. Sé que después de la pena vendrá el alivio. Sé que la tranquilidad será pago suficiente a tu pérdida. Se acabaran las noches sin dormir, los remordimientos, la angustia y la culpa.

Yo te llevo conmigo."



Cuando bajó del tren ya era noche cerrada. Necesitaba tomar una copa y el bar de la estación le pareció un lugar como cualquier otro. Se sentó en la barra.

-¿Qué le pongo?
-Una cerveza.
-¿Quiere algo de picar?
-No, gracias, sólo la cerveza.
Dio un largo trago, sentía la garganta como esparto.

-¿Ha oído la noticia? -el dueño del bar tenía ganas de conversación.
-¿Qué noticia?
-La del cura que se ha suicidado.
La cerveza viajaba hacia su boca, pero no llegó a su destino.

-Parece ser que le han encontrado muerto.
-¿Do-dónde ha sido eso?
-En el programa ese de sucesos
-No, me refiero a dónde ha ocurrido, en qué lugar
-En un pueblecito de Jaén. Por lo visto su amante le había abandonado. Dicen que tenía una carta en la mano.

El camarero se percató entonces de la cadavérica palidez de su cliente que se sujetaba a la barra para no caer.

-¿Pero qué le pasa, hombre?

El viajero se desplomó. El vaso, que caía tras él, rebotó antes de estrellarse contra el suelo.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Revista Letralia 169


La revista Letralia, en su número 169, ha tenido a bien publicar mi artículo sobre Charlotte Brontë "A través del espejo", en su sección Artículos y Reportajes. Si os apetece leerlo he puesto un enlace desde su logo.

lunes, 6 de agosto de 2007

Su aniversario

Un pueblecito de Jaén la vio nacer. Su vida es una larga y tortuosa historia de pérdidas y logros. Su infancia estuvo jalonada de despedidas, su adolescencia marcada por las ausencias. Tiene los ojos hundidos de tanto mirar y se pinta la raya del ojo con mano temblorosa. Sentada en el sillón contempla su vida en retroceso, como las olas del mar cuando se alejan de la orilla. Tantas cosas que cambiaría y no cambiarían nada. Él también se fue. Una noche triste, sin poder despedirse. La dejó sola, en esa soledad interior en la que sólo se vive de adentro. Cinco hijos y nueve nietos es una buena simiente.

La ola se acerca y borra los nombres escritos en la arena.

Hoy hace 81 años que empezó todo. Una larga historia digna de ser contada.

Quizá algún día…

jueves, 2 de agosto de 2007

Respirar perjudica seriamente su salud (no hacerlo, también, pero es más rápido)

Mi padre era un fumador empedernido, de esos que salían en las películas antiguas que parecían estar pegados al cigarrillo. Cuando era niña mi cerebro tenía asumido que el aire huele a humo de tabaco. El pobre hombre dejó de fumar unas cuantas veces y, después de esos pocos días, el ansia se apoderaba de él de tal modo que con la colilla de un cigarrillo encendía el siguiente.

Yo no fumo, nunca he fumado, quizá porque temo que en mi está el gen de la adicción y no quiero ponerme a prueba. Mi marido no fuma. En mi casa no se permite fumar más que en la terraza. En fin, que desde que me independicé de mis papis hace ya… bueno, mucho tiempo, mi ambiente es puro y huele a… nada.

Todo esto viene a una noticia que he leído en El País. com esta mañana y cuyo titular dice así: “Los riesgos para la salud de tener una impresora láser en la oficina”Un estudio de una universidad australiana alerta de que las impresoras láser producen emisiones equiparables al humo de los cigarrillos.

Me he quedao muerta/matá, que diría aquella gran pensadora de la que ahora mismo no recuerdo el nombre.

La noticia no tiene desperdicio, os animo a leerla. A los fumadores os servirá como argumento para vuestras discusiones y a los no fumadores, bueno, a esos os sentará como una patada allí.

Y ahora ¿cómo le explico yo a mi jefe que hay que librarse de las impresoras? ¿Dónde las ponemos? Me imagino una sala apartada de todos, un ala del edificio en desuso, pasillos oscuros donde los florecentes que aún funcionan titilan amenazando con apagarse para siempre. Al fondo una puerta con una clavera y dos tibias cruzadas.

Ascen mira por encima de sus gafas.
–¿A quién le toca ir hoy a por las matrículas?
Olga pone cara de pocos amigos y responde.
–Sólo hace un mes que fui a recoger las preinscripciones y tengo dos niños pequeños que me necesitan. Ve tú, los tuyos ya son más grandes.

Ya ves, si algo se me hace cada día más evidente es que no puedes controlarlo todo. Mi suegro siempre dice que “donde está el cuerpo está el peligro” -un gran filósofo mi suegro- y tiene razón. Nada hay más arriesgado en este mundo que el proceso natural y del todo necesario que nos impulsa cada día a abrir la boca y coger aire.