martes, 29 de julio de 2008

Como decíamos ayer...


Ser mujer y escritora no es tarea fácil, necesitas de la colaboración de tus compañeros de viaje y de su buena fe para poder realizar tan ardua tarea. No entraré aquí a valorar si en el caso masculino es más cómodo, de nada me sirve esa elucubración mental y puede llevarme a autocompadecerme por algo de lo que estoy plenamente satisfecha. Pero, repito, ser mujer y escritora no es tarea fácil.

Sin embargo, y dicho esto, la mujer siempre ha sido una narradora nata, un espécimen único dedicado a contar mil y una historias. Son ellas, las mujeres, las que en las familias perpetúan los hechos acaecidos. ¿Cuántos hemos escuchado a nuestras abuelas hablar de la guerra civil y de las pequeñas y grandes batallas en que combatieron día a día junto a sus compañeros? ¿Cuántas veces he escuchado la historia de mi familia, la mía propia, en boca de mi madre? La madre enseña a su hijo a vivir contándole lo que es la vida y ella será, en el futuro, su memoria hablada.

Sin embargo, el mundo de la escritura no es ese paisaje bucólico de una mesa frente a una ventana por la que entra el sol colándose a través de unos blancos visillos. Conseguir un rincón, un lugar tuyo de difícil acceso, dónde una mesa y un ordenador te sean entregados sin plazos, es el primer paso. Un lugar dónde puedas inhibirte de la realidad que te rodea y puedas investigar allí dónde se supone que se origina todo.

Decía Virginia Wolf: "…uno se acuerda de que estas telas de araña no las hilan en el aire criaturas incorpóreas, sino que son obra de seres humanos que sufren y están ligados a cosas groseramente materiales, como la salud, el dinero y las casas en que vivimos."

Ya tengo mi rincón, lo demás vendrá por añadidura…


Estoy de vuelta.