domingo, 28 de septiembre de 2008

Zapato

Una de las cosas que mayor placer me produce es comprar zapatos. Tengo debilidad por ellos. Quizá tenga algo que ver que tengo unos pies bonitos, fríos, pero bonitos.

Desde niña, me atraían aquellos utensilios de una manera irresistible, por la calle, en los escaparates, debajo de la cama de mis hermanas. Soy la menor de cuatro hermanas y solía calzarme en sus zapatos, a escondidas, imaginando que mis pies encajaban a la perfección sobre aquellos tacones. Ellas fingían no darse cuenta.

Suelo mirar los pies de la gente, cuando asoman por las tiras de las sandalias, herméticos dentro del charol, atados con cordones o allá, abajo, al fondo de unas botas, los miro y no me importa a quién pertenecen. Los zapatos se mueven por el mundo a distancia de quien los lleva, desligándose de la realidad que fluye allí arriba donde todo tipo de ideas se mezclan.

En la oscuridad del cine, a salvo de las miradas de los demás, también los miro, no me importa el modelo de ropa que lleva la protagonista, pero no se me escapa su calzado. Me fascinan los zapatos en blanco y negro en los pies de Katherine Hepburn o Bette Davis.

Y no, no soy fetichista.


Palabra: zapato (del turco zabata)

1. m. Calzado que no pasa del tobillo, con la parte inferior de suela y lo demás de piel, fieltro, paño u otro tejido, más o menos escotado por el empeine.

martes, 23 de septiembre de 2008

Praga, la Reina de Bohemia


“Veo una gran ciudad cuya gloria tocarán las estrellas. Buscad en el bosque al campesino que construye una puerta (prah) porque los poderosos se han de inclinar ante esa pequeña puerta”.
(Profecía de la princesa Libuse, hija de Cech, fundadora de la dinastía Přemyslida)

Stare Mesto
Cuando entras por primera vez en la Plaza de la Ciudad Vieja de la capital checa, la impresión que recibes es tan fuerte que el corazón se te acelera y la vista se nubla. Por un momento, y si eres capaz de abstraerte de la algarabía de turistas y visitantes, puedes sentir en la piel la velocidad de un viaje a través del tiempo.


La Iglesia de Tyn, con sus dos torres gemelas adornadas de agujas, que empezó a construirse en el siglo XIV, mira al visitante con la indiferencia del que ha vivido mucho.


El antiguo Ayuntamiento sostiene en su fachada el famosísimo reloj astronómico datado en 1410, el más antiguo de Europa. A través de sus ventanas se ven aparecer a los doce apóstoles y, a ambos lados, las imágenes del vanidoso, el avaro, la muerte o el invasor, se ríen del visitante que, con cada hora, se agolpa en masa a sus pies esperando ver despertar al monstruo de los tiempos.



El barrio del Castillo, además de la Catedral de San Vito, posee un lugar mágico llamado El Callejón del Oro, un lugar habitado en el siglo XVI por alquimistas que, alentados por Rodolfo II, intentaba descubrir el secreto de la vida eterna. En una de esas casitas de colores, concretamente la número 22, muchos años después, Kafka conjuraba sus pensamientos volcándolos al papel sin saber que con ello conseguía la autèntica vida eterna.


Malá Strana
El Puente de Carlos es en sí mismo una institución en Praga, en él se entremezclan los que vienen, los que se van, los que se quedan y los que siempre están. Sus piedras se sostienen desde el 1357, impertérritas y humildes. La torre que le da entrada es una obra gótica magistral, 30 estatuas de estilo barroco lo acompañan en su largo viaje a través de la historia desde el 1700.



Lo crucé en ambos sentidos de día y de noche, paseando y deleitándome con sus “habitantes”, los caricaturistas, los músicos, los vendedores ambulantes, fotógrafos con trípodes portátiles y grandes angulares. Y en él me sucedió una cosa muy divertida. Descansaba apoyada en uno de sus laterales junto al puesto de un pintor paisajista que vendía sus láminas a buen precio. Un turista se acercó a mirar las pinturas comentando con su pareja “mira esta que bonita”. Yo le miré un segundo y él me devolvió la mirada, uno como yo, pensé, turista y español. El muchacho no se movía de allí y me pareció que seguía mirándome, de repente se acercó y me dijo: perdona, ¿eres Toñi? y la luz deslumbrante de un Flash iluminó mis ojos ¡Fernando! Hacía tantos días que esperaba encontrarme con él, preguntando incluso a algunas parejas que viajaban con la misma operadora, sin tener éxito, que ya había perdido la esperanza.


Pero allí estaba, Fernando Alcalá, el que no nació para ser culto, con su acento extremeño y su incipiente barba de intelectual que le va que ni pintada. Entonces supe que nos habíamos cruzado varias veces, que había tenido la divertida idea de ponerse una pegatina en la que anunciaba mi búsqueda, ¡qué pena no haberle visto entonces, lo que me habría reído!


Lo peor de este viaje fue el día perdido en Karlovy Vary, no es que la coqueta ciudad no fuese hermosa, es que no era una ciudad, era una gran tienda con algunas calles para sustentarla. Me decepcionó perder un día para que algunas personas se gastaran sus ahorros en regalos. Me decepcionaron las obleas que imaginaba (no sé por qué) como varquillos de caramelo y en realidad eran simples como la galleta que aquí poníamos a los helados de corte (antes, porque las de ahora son mucho más buenas). Cuando regresamos teníamos ansia de Praga, cenamos pronto, muy pronto, y nos fuimos en metro al centro para saborear con fruición aquella última noche.


Al día siguiente desayunamos con Fernando y Ana, nos conocimos un poco, y nos despedimos hasta otra con buen sabor de boca.


En la retina la Plaza de la Ciudad Vieja, las puntiagudas torres de la Iglesia de Tyn, el Callejón del oro con su número 22 y, sobre todo, el dulce y embriagador aroma de una ciudad que te mira a los ojos y no te permite ni parpadear.

Moneda: Corona checa
Palabra: Magia
Consejo: Zapato cómodo
Otro consejo: Contrastar la ciudad de día y de noche.
Último consejo: Ir

domingo, 14 de septiembre de 2008

Vindobona, Ciudad Blanca


Viena, como Budapest, vive también de sus recuerdos, pero en las marcas de su cara se siguen viendo titilar las velas de los salones de baile y si prestas atención puedes escuchar el sonido de la batuta de Mozart golpeando sobre el atril.


Además de majestuosa, Viena también es una ciudad de desencuentros, su comportamiento durante la segunda guerra mundial dejó una marca profunda en los vieneses. Muchos de ellos aún se preguntan cómo habría sido la Historia si, cuando Hitler llegó a Viena en 1907 con deseos de entrar en la Academia de Bellas Artes, en lugar de aconsejarle que probase fortuna en la Academia de Arquitectura, le hubiesen aceptado. El 10 de abril de 1938 se celebró un referéndum que resultó favorable al Anschluss (anexión al III Reich) con un 99% de los votos. En 1945 Viena fue tomada por el ejército soviético y posteriormente dividida en cuatro sectores: soviético, estadounidense, británico y francés. Para recuperar su soberanía, Austria firmó en 1955 el Tratado de Estado (Staatsvertrag), que la convertía en un Estado soberano neutral y la comprometía a no firmar tratados militares, a no restaurar a los Habsburgo y anulaba el Anschluss.

En la actualidad Viena está considerada la ciudad más segura del mundo y una de las más limpias y con mayor calidad de vida. Sus escuelas y universidades públicas tienen mayor prestigio que las privadas, consideran que el dinero paga lo que el cerebro no puede por sí solo.

El Imperio Austro-Húngaro tiene como notable guia turística a la Duquesa de Baviera, Elisabetta Amalia Eugenia von Wittelsbach, que al casarse, en 1854, con Francisco José I de Habsburgo-Lorena se convirtió en Sissí, Emperatriz de Austria. Los austriacos no tienen en mucho aprecio el recuerdo de su reina, pero lo utilizan todo lo que pueden como reclamo turístico. Si sois fans de Romy Schneider y queréis viajar a Viena para deleitaros con el recuerdo de su más famoso personaje, si os imagináis paseando por los salones del Schönbrunn reviviendo aquellos momentos que tanto habéis disfutrado en el cine: quedaos en casa. He de confesar que, en mi caso, la realidad resulta mucho más interesante.


La emperatriz de Austria fue obligada a casarse con solo 15 años con Francisco José, al que no amaba. De ambiente rural y sin grandes aspiraciones había sido educada por su propia madre, a la que adoraba. Su hermana había sido la escogida por la emperatriz Sofia para ser la esposa de su hijo, pero Francisco José quedó prendado de la pequeña Elisabetta y no hubo manera de hacerle cambiar de opinión. Sissi nunca se sintió a gusto en su papel de emperatriz y desarrollo una enfermedad a la que aún no habían puesto nombre, pero que hoy es de sobra conocida: la anorexia. Su obsesión por no pasar de los cincuenta kilos la llevó a instalar un gimnasio en palacio, montaba a caballo durante horas y se alimentaba de jugo de carne y leche de cabra. Después de cumplir los cuarenta no permitió que volviesen a retratarla y añadió a las otras, la manía de ponerse velos y utilizar abanicos para ocultar su rostro. No quería mantener relaciones sexuales con su esposo, a pesar de lo cual tuvieron cuatro hijos, y la desgracia la acompañó toda su vida como la amiga más fiel. Quizá fuese cierto que tenía alma republicana y es por eso que los húngaros guardan de ella un recuerdo mucho más amable y querido que los propios austriacos.


Viena es una ciudad amable con el turista, calles anchas y luminosas, parques en cada esquina y mucha, mucha música. Los vieneses leen, sentados en los bancos del Parque de las Rosas, que es un regalo de esencias aromáticas sin envasar. Han construido más de mil kilómetros de carril bici, ancho y despejado; en él los ciclistas tienen preferencia y los peatones deben andarse con mucho cuidado para no “atropellarles” y verse obligados a pagar una multa. También los tranvías tienen preferencia y en los pasos de peatones debes andarte con ojo porque no paran. Una vez aprendes las reglas es fácil y muy civilizado. Te aceptan entre ellos porque saben que tu presencia les hace crecer, en las puertas de museos, salas de conciertos y monumentos, jóvenes vestidos de época se dejan hacer fotos, con turistas un tanto ridículos, disimulando el rubor que les produce el ser “tan admirados”.

En el Café Central tomé uno de los mejores cafés que he tomado nunca, fuerte sin regusto amargo, con personalidad y dejando huella. Te lo ponen con un vasito de agua al lado y un bombón. El edificio, con su columnata de mármol, sus lámparas colgantes y los cuadros de Francisco José y Sissi, no te deja olvidarte de dónde estás.


Viena huele a Mozart y Goethe, pero sabe a Strauss y emperatrices.

Moneda: Euro
Palabra: Música
Consejo: Tomar un café en el Café Central
Otro consejo: No comprar para regalar, sin probar antes, los bombones de Mozart.
Último consejo: Ir



Y Fernando sigue sin aparecer

viernes, 5 de septiembre de 2008

La perla del Danubio

Budapest es una ciudad con muchas cicatrices, cicatrices en sus calles y cicatrices en sus gentes. Primero los turcos, luego los Habsburgo, después los nazis y por último los soviéticos, todos queriendo someter a aquel pueblo que se resignaba una y otra vez sin perder la esperanza.

Budapest fueron en realidad tres ciudades: Buda, Pest y Obuda. Ahora se diferencian tan solo dos partes que divide el Danubio. Según dicen por allí, quien vive en Buda trabaja en Pest y quien vive en Pest trabaja en Buda, por aquello de que hay que “amar” las dos orillas.


El turismo no es algo que quieran, es algo que meramente toleran por serles útil y necesario para crecer como país. El que espere encontrarse con la simpatía húngara viajando a Budapest que no se desanime por no ver una sonrisa al otro lado de la taquilla de metro, detrás del mostrador de una tienda o en la recepción del hotel.


Sus edificios históricos representan momentos de gran opulencia, opulencia de unos cuantos, claro, que reflejan una época en la que sus calles eran frecuentadas por emperadores y grandes aristócratas.

En invierno a las 15:30h ya es de noche, las temperaturas bajan en picado y, según nos contó Bárbara, nuestra guía local, los húngaros se encierran en casa como ermitaños, dejando las calles desiertas a merced del frío y la nieve. Quizá es por eso que tienen un carácter poco alegre y algo taciturno.

El edificio más emblemático y deslumbrante de la ciudad es el Parlamento, un edificio neogótico situado a orillas del Danubio (que sólo los enamorados ven azul), y que únicamente es superado en majestuosidad por el Westminster de Londres.

Sus calles sorprenden al visitante con un contraste que refleja los últimos doscientos años de su historia: el Imperio Austro-Húngaro, con Sissí como anfitriona mayor, y la época comunista, en la que sus mandatarios se limitaron a “no tocar” aquellos edificios, ni para bien, ni para mal y realizaron obras de las que ellos llaman “funcionales” y que a mí me parecen lúgubres y estremecedoramente feas.
Moneda: Forint
Palabra: Melancolía
Consejo: No olvidar validar los tickets en los transportes públicos
Otro consejo: No perder de vista la cartera
Último consejo: Ir


Y Fernando que no aparece...