miércoles, 23 de septiembre de 2009

En ninguna parte

Anoche tuve un sueño. Soñé que estaba viva.

En un momento me salí del cuadro y caminé hacia aquel paisaje conocido donde una vez fui. La hierba me hacía cosquillas en la planta de los pies y el olor a tierra mojada me estremecía de placer. Seguí caminando, no debía temer al cansancio, ni tampoco a no llegar a ninguna parte. Ya estaba en ninguna parte.

El camino era estrecho, los árboles que lo flanqueaban eran altos y movían sus brazos, repletos de hojas, al compás del viento. Me miré y vi que estaba desnuda, pero no sentía frío. Yo era el frío.

Quería seguirte. Seguir caminando y llegar a alguna parte, cansada de que el camino siempre acabase con el sueño, quería seguir soñando y vivir por ello de nuevo.

Era inútil. El sueño terminó y me encontré de nuevo en esta triste habitación llena de antiguos recuerdos de otra vida. Recuerdos y objetos que sólo puedo contemplar.

Morí aquel día. Y es un justo castigo por mis actos estar viva para contemplar mi lenta e inexorable muerte. Sin que nadie pueda rescatarme. Sin que nadie se compadezca de mí. Morir cada día al abrir los ojos…