domingo, 12 de noviembre de 2017

El síndrome de "Superwoman", nuevo mal de la mujer moderna.

Te levantas a las seis de la mañana. Necesitas tiempo para ducharte, estirarte el cabello, maquillarte... Después, preparas el desayuno: café recién hecho (ya sabes que a tu consorte no le gusta recalentado), tostadas y el Colacao de los niños.

Antes de despertarles te pones los tacones y bajas a por el pan. No puedes enviar a los muchachos al colegio con un bocata de pan duro. La panadera te dice que estás estupenda como siempre y te da las dos barras de cada día. En el fondo piensa que eres una pija insoportable, que vives mejor que la Reina y que la miras por encima del hombro. ¡Si ella supiera!

De vuelta a casa, levantas las persianas. Primero la de tu marido, que es un cielo cuando duerme, pero se transforma en un león marino al despertarse. Ruge, muge y emite todo tipo de sonidos ininteligibles en tono de lamento, insistiendo, como cada día, en que no hay derecho a la vida que lleva. Después les toca a los niños esos angelitos que ayer provocaron de nuevo ese molesto tic bajo tu ojo, cuando se dijeron mutuamente una larga ristra de insultos que ni siquiera sabías que sabían. Les despiertas con besos y arrumacos, les haces cosquillas y les ordenas que se levanten y vayan a desayunar.

Has de estar al día de los nuevos avances científicos y sus aplicaciones domésticas o dietéticas. Has de conocer los alimentos adecuados a cada edad y la frecuencia en que deben tomarlos. Sabrás que tus hijos necesitan un mínimo de medio litro de leche diario (mejor 750 cc) y que no deben ir a clase con el estómago vacío. Para almorzar, un buen bocata. Nada de esas pastitas que anuncian en televisión esos chicos y chicas estupendos y felices que ven tus hijos mientras toman su Cola Cao. Esas perjudican su salud, y tú te preguntas: y entonces ¿por qué las hacen?
No te lo preguntes.

Recoge la cocina y a los niños, despídete de tu maridito y rápidamente: al coche. Tienes el tiempo justo para dejarlos en la puerta del cole una hora antes de que empiecen las clases, porque si no, no llegas a tu trabajo que, curiosamente, comienza a la misma hora que el colegio. Menos mal que está el servicio de acogida del centro escolar (previo pago, claro).

Una intensa mañana de trabajo subida en tus tacones, que a tu jefe le gusta dar buena imagen. ¡Se los podía poner él! (piensas tú).
No pienses.

Haces jornada intensiva porque si no, no llegas a recoger a los niños a las 16:30h. después de comerte un sándwich o una ensalada (hay que mantener la línea). El mayor hace Jockey y el pequeño Kárate, apenas tienes tiempo de llegar a los dos sitios. Mira que intentaste convencerles de que si hacían lo mismo sería mejor para todos. Quizá ese fue el error: hacerles saber que así colaboraban.

Tienes tres cuartos de hora para poner la lavadora y recoger las gafas de tu marido. Después vuelves a por los niños y a casita, justo a tiempo para preparar la merienda, asegurándote de que el bocata no sea de lo mismo que por la mañana. Te preparas un café, aunque sabes que te va fatal para la celulitis, y te acuerdas de que el fin de semana tienes una liposucción. Ya son cuarenta años y tu cuerpo necesita un buen repaso, de los que te hacen si llevas el monedero a reventar de billetes.

Lo de la lipo lo decidiste cuando viste a tu marido mirar de arriba a abajo a una jovencita en la puerta del cine. No es que te preocupe que te ponga los cuernos, tú eres una mujer de hoy y estás preparada para afrontar cualquier situación, pero te diste cuenta de que empezabas a dejar de ser perfecta y para eso no estás preparada.

No te olvides de la secadora, que la ropa se estropea si la dejas mucho rato mojada. Terminas de planchar y abres la nevera para hacer la cena. Los niños no deben ir a dormir tarde, es malo para su rendimiento escolar. La camiseta del pequeño tiene una mancha de aceite. Es su preferida, no puedes dejarla así hasta mañana.

Por la noche, cuando te vas a la cama, tu esposo se queja de que eres una reprimida, que nunca te apetece cuando él tiene ganas. No entiende por qué estás siempre tan cansada, tienes jaqueca, mareos y no puedes dormir a pesar de insistir en que estas destrozada. Trabajas mucho menos que él, que llega cada día a las 9:00h.


Te has convertido en una Superwoman, que traducido al castellano sería algo así como: una ingenua sin perspectiva que cree poder ocupar el lugar que durante siglos ocupó el hombre, sin abandonar el suyo.

martes, 7 de febrero de 2017

La magia del orden o cómo desprenderte de lo que no te hace feliz

Yo no sé vosotr@s, pero yo no siento especial devoción por las tareas domésticas, aunque me gusta el orden. Me levanto temprano todos los días, no me importa si es sábado o lunes. Un café, para decirle a mi cerebro que se ponga en marcha, y a escribir. Día sí y día no voy al gym o salgo a correr. Hacer la comida, comer y a trabajar por  cuenta ajena.

Esta es mi rutina de lunes a viernes y no lo llevo del todo mal. Pero a esto, además, debemos añadir la muy loable tarea de mantener la casa limpia y ordenada, y siendo sincera yo no tengo madera de superwoman, a pesar del relato que escribí hace tiempo y que podéis leer aquí.

Con la edad y los años, que curiosamente son coincidentes, he aprendido mucho en aquello de: «no es más limpio el que más limpia sino el que menos ensucia» y reconozco que soy bastante diestra en organizar para no tener que organizar demasiado. A pesar de ello, cuatro adultos en una casa son capaces de desorganizar al más pintado y que conste que los cuatro remamos juntos y en la misma dirección.

Y, vete aquí, que procrastinando en la red social de las tres des: distrae, desconcentra y deprime, mayormente conocida como Facebook, me encontré con el estado de una admirada y querida bloguera, Carmen Forján, en el que hablaba del libro de Marie Kondo: La magia del orden.

Y mira tú que se me abrió el cielo así, literalmente. Pensé, ya está, por fin hay un método que funciona. Me fui a por el libro de marras y me lo leí enterito en una noche, sin parar ni para coger aire. Eso fue el jueves.

El sábado puse patas arriba mi habitación.

¿El método funciona? Sí, funciona. Claro que tiene una máxima que lo hace fácil: primero has de deshacerte de todo aquello que no necesitas/quieres/te hace feliz.

Sí, el método Konmari se basa en que debes conservar aquellas cosas que te aportan felicidad. Una premisa excelente. ¿Quién no quiere vivir rodeado de cosas que le hagan feliz? Ni os imagináis la cantidad de cosas que acumulamos en nuestro día a día que no nos aportan nada. Entre esto y todo aquello que guardamos por si acaso, tenemos una ingente cantidad de basura guardada en nuestros armarios.

He de confesaros que a mí nunca me ha costado tirar, no soy de esas personas que guardan todo aquello que cae en sus manos. Cojo cariño a los objetos, pero no a todos los objetos. Ahora sé por qué: porque no me aportan felicidad.

Este método puede aplicarse a la ropa, los libros, la cocina, el baño… Básicamente se trata de liberar espacio eliminando todo aquello que solo hace eso: ocupar sitio sin ninguna finalidad. Todo aquello que no tiras porque te da pena o te sabe mal, pero que jamás vas a utilizar. O sea: todo lo que convierte tu armario en una sucursal del contenedor de basura.

Cuando te has deshecho de todo lo que en realidad ya habías tirado aunque estuviese de cuerpo presente, solo queda ordenar lo que sí te hace feliz. Aquí es donde el método es de lo más eficiente. Marie Kondo te enseña cómo doblar tu ropa de modo que al colocarla siempre podrás ver todo lo que tienes con un solo vistazo. En lugar de amontonar las prendas una sobre otra de modo que tendrás que levantar una camiseta y otra y otra hasta encontrar la que buscas, las tendrás todas a la vista.

En casa el método ha trascendido y todos nos hemos puesto a ello. La mayor dificultad la veo en la librería, pero prometo organizarla en cuanto me sea posible.


¿Conocéis a Marie Kondo? ¿O tenéis vuestro propio método?